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Soberanía externa defendida, soberanía interna abandonada

En días recientes, el país celebró con júbilo lo que se ha presentado como una gran victoria diplomática: haber evitado la violación a nuestra soberanía por parte de fuerzas extranjeras y alcanzar un acuerdo de entendimiento con Estados Unidos, nuestro vecino y principal socio comercial. Fue un triunfo mediático para la Presidencia de la República, que se proyectó al mundo como un ejemplo de firmeza y dignidad frente a la amenaza externa.

 

Sin embargo, detrás de ese festejo lleno de discursos, banderas ondeando y titulares grandilocuentes, existe una paradoja que no podemos ignorar: mientras la soberanía exterior se defiende con fuerza y se convierte en motivo de orgullo, la soberanía interna —esa que debería garantizar la dignidad, seguridad y derechos de los ciudadanos— sigue siendo ignorada, desprotegida y pisoteada por el propio poder político.

 

Una indiferencia que duele

Los excesos de funcionarios, los abusos de poder y la corrupción que se traducen en violencia contra la población civil no generan comunicados urgentes ni defensas apasionadas desde Palacio Nacional. El ciudadano común, víctima del crimen, de la inseguridad y de las arbitrariedades políticas, no recibe ni protección ni justicia. La indiferencia ante el dolor de los mexicanos se ha vuelto la norma, mientras el Ejecutivo federal se glorifica por resistir presiones internacionales.

 

La soberanía no es un espectáculo

La soberanía de un país no se reduce a detener tanques extranjeros en la frontera ni a exhibir músculo político frente a Washington. La verdadera soberanía se ejerce todos los días al proteger a los ciudadanos de la violencia, al garantizar que los políticos no se conviertan en verdugos de quienes deberían representar, y al evitar que la corrupción devore la confianza en las instituciones.

 

Hoy, México enfrenta una contradicción dolorosa: se defiende con gallardía del extranjero, pero se deja en el abandono a su propia gente. No hay mayor derrota para un Estado que permitir que sus ciudadanos vivan sometidos al miedo, la injusticia y la desigualdad, mientras se presume victoria en foros internacionales.

 

Una soberanía incompleta

Defender la frontera es importante, sí. Llegar a acuerdos con nuestros aliados económicos también. Pero nada de eso tendrá valor si al interior de la nación la soberanía sigue siendo letra muerta para el ciudadano de a pie. México no necesita solo presidentes que sepan negociar con el extranjero; necesita gobernantes que protejan a su pueblo con la misma pasión con la que enarbolan la bandera ante las cámaras.

 

Porque la soberanía no se celebra en los balcones, se construye en las calles: en cada familia protegida, en cada víctima atendida, en cada derecho respetado. Mientras eso no ocurra, cualquier victoria diplomática será apenas un espejismo

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